martes, 2 de marzo de 2010

No jalen, que descobijan

NO JALEN, QUE DESCOBIJAN


Lilia Ramírez

Durante la serie de actividades paralelas a la exposición LA IMAGEN GUADALUPANA EN LA HISTORIA PATRIA organizadas por el Museo de Arte del Estado de Veracruz (MAEV), y que concluyeron el último domingo de febrero, se ofreció a la ciudadanía la oportunidad de conocer aspectos interesantes del culto guadalupano. Una de estas posibilidades se dio, a través de la proyección del revelador documental de Juan Urrusti, titulado El pueblo que camina, producido por el Instituto Nacional Indigenista en 1995. Entre una de la escenas con mayor belleza plástica, se puede catalogar aquella de 1952 filmada en el Estado de México (producida por alguien más y seleccionada para formar parte del documental de Urrusti). La toma dura aproximadamente cuatro minutos, y muestra el amanecer de cientos de peregrinos unos de pie y otros acurrucados por grupos, en el zacate, después de haber acampado en el Parque Nacional La Marquesa, a un lado de la carretera México-Toluca. Con la lentitud que dan el frío y el descampado, el numeroso contingente de fieles guadalupanos se dispone a embarcarse en autobuses que los llevarán al Tepeyac (se escucha en el documental el altavoz que les da instrucciones para abordar los transportes). El sol está muy bajo, y quizá por la época en que fue tomada la película, no hay mucha definición, pero también puede ser que se deba a la escasa luz del amanecer. Sin embargo, destaca de manera notoria el colorido de las escenas, ya que aproximadamente el noventa por ciento de las personas que aparecen ahí, y son cientos, están cubiertas con hermosos y abrigadores sarapes, cada uno con artísticos diseños y de variados matices (la definición de la Real Academia Española a Sarape: 1. m. Méx. Especie de frazada de lana o colcha de algodón generalmente de colores vivos, con abertura o sin ella en el centro para la cabeza, que se lleva para abrigarse). Hombres y mujeres envueltos en su cálido sarape de una manera única y personal. Los hombres, además, rematando su porte con sombreros rancheros. Esa escena me llenó de añoranza por lo ido, por lo que, entre otras cosas, no volverá.

Siendo niña, era común que a mis hermanos y a mí, nuestros padres nos llevaran de vacaciones al poblado de Palmar de Bravo, en el estado de Puebla, a visitar a unos tíos terratenientes. Recuerdo que una noche, regresando del rancho hacia la casa grande, por alguna causa perdimos el viaje en camioneta, y tuvimos que regresar, mi madre y yo, montadas en las ancas de un caballo. Cubierta casi por entero por el sarape que mi madre traía puesto, las sensaciones que percibía eran el latido de su corazón, y la plata estelar que se colaba a través de la abertura.

Por extensión, quiero referirme a las cobijas, cuya definición, según la RAE, es: Cobija: Andes y América Ropa de cama y especialmente la de abrigo. El siglo pasado, era muy común llamarle así a la manta de lana o algodón que, colocada entre la sábana de encima y la colcha (que las abuelas tejían a gancho, y que servía más de adorno que de abrigo), era la principal fuente de calor en una cama. Al igual que el típico sarape, por la práctica chamarra; la cobija ha sido reemplazada por el sintético cobertor. Los cobertores han inundado el mercado, las casas y nuestras formas de expresión. El sustantivo cobija, da lugar al verbo Cobijar: 1. Dar refugio, guarecer a alguien, generalmente de la intemperie. 2. Amparar a alguien, dándole afecto y protección. Una madre que dice a sus hijos, cuando estos van a la cama: cobíjate bien, expresa una ternura y cuidado que uno no olvida nunca. Decir: tápate bien con el cobertor, denota algo diferente que será necesario analizar.

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